En los primeros grupos donde trataba la codependencia, uno de los ejercicios que proponía era sostenernos la mano. Curiosamente, algo tan sencillo, generaba mucha resistencia, hasta el punto de generar rechazo. Sentir ese tacto ajeno, su temperatura, hidratación, movimientos, etc., se volvía un territorio peligroso, que no podíamos controlar. Estábamos aprendiendo a reconocer de primera mano (nunca mejor dicho) los límites: Dónde acaba uno, para empezar el otro.
Sentir estas limitaciones era intimidante, porque acostumbrábamos a vivir las relaciones en la imaginación (creencias, prejuicios, absolutos, etc.), donde todo era tan doloroso o tan ideal como quisiéramos. Ahí controlábamos. Pero darle la mano a alguien, sólo por el hecho de hacerlo, sin drama ni romance, sin premio ni castigo, era desconcertante. La vida nos gustaba demasiado para solamente vivirla.
Es esta bajada a tierra la que realizamos en terapia, en el modo de coexistir con el otro. Encontrarnos con miedos, dudas, inseguridades o frustración, y no salir huyendo; Encontramos con comprensión, conexión, identificación y simpatía, y no fusionarnos. Si las primeras sesiones no nos llevan al cielo o al infierno, comenzamos a sentirnos incómodos, inapropiados y fuera de lugar. Poder salvar este primer obstáculo, augura un trabajo en profundidad.
Limitarnos a un sencillo apretón de manos, nos alivia de la carga de tener que ser infinitos y absolutos (ser el éxito, ser el fracaso, etc.). La finitud nos permite tener límites, y si tenemos límites es que estamos contenidos por lo que no somos: Mi vida no soy yo, sino que yo estoy en mi vida ¡Formo parte de ella! Por acortarlo más, diré que mi terapia no soy yo, sino que yo estoy en mi terapia. También ahí está el otro, todo lo que acontezca en la relación terapéutica. De ahí que sentirme bien o mal no sea tan importante, como la capacidad de ponerlo sobre la mesa y discutirlo.
Hoy nos daremos la mano, sí, todo será fantástico, siempre estaremos de acuerdo, la terapia será un éxito. Pero mañana será una decepción, me sentiré contrariada y resultará una pérdida de tiempo… Entonces, ¿ya no nos daremos la mano? Puedo no estar de acuerdo contigo, y darte la mano. Puedes no estar de acuerdo conmigo, y darme la mano. Pero la patología, el pensamiento absolutista, siempre prefiere tener la razón (entendida como control), a estar bien.
El trabajo reside en que nos podamos ir dando la mano. Es algo tan sencillo, como simples son los argumentos para refutarlo: ¡No terminé la sesión sintiéndome mejor! ¡No sé que hago aquí! ¡Qué sabrá esta persona de mí!, etc. La patología tratará de boicotear constantemente una alianza per se. De hecho, si no supiéramos ya que nos vamos a encontrar con serias resistencias, ¿para qué hacer terapia?
CONCLUSIÓN
Al ir dándonos la mano, estamos creando una nueva red neuronal, un espacio que antes no existía. Una manera de estar en el mundo, en que lo importante eres tú, y no si tienes pareja o no, o si eres inadecuado o brillante, etc. La cuestión de esto es que no se puede imaginar, porque entonces ya operamos patológicamente desde lo que tendría o no tendría que ser. Se trata de un camino que solamente existe al andar: El principio de realidad.
En ocasiones, al final de una primera sesión, me preguntan: «Bueno, ¿y ahora qué tengo que hacer?» Sencillamente, démonos la mano, y hasta la próxima. Este es el marco de la terapia en el que nos podemos descansar.
2 comentarios
Muchas gracias. ?Como puedo iniciar sesion?
Buenos días, si te refieres a cómo puedes iniciar una sesión de terapia, vete arriba del todo, a menú principal, en la opción «Terapia». Ahí puedes rellenar el formulario de solicitud. Me pondré en contacto contigo lo más pronto posible. Gracias.